Acabo de terminar un libro.
Esta es la vista en planta de mi nueva vida. Pasa el tiempo y hoy me descubro con los pies firmes y dispuestos; la cabeza hecha una maraña de nuevas palabras. Hoy me miro en el espejo y me encuentro libre, con el amor justo, la sonrisa fresca y la lluvia siempre en la ventana, con una canción que sana lo que el viento no se pudo llevar. >Hoy es uno de esos días en los que me levanto con ganas de gritar Gracias. Gracias por la vida, los amigos, la familia y el amor. Lo que más me asombra de todo esto es que ya encuentro mis pies coquetos, dulces. Dueños del mundo y del sol.
Tengo 14 años y ganas de no hablar con nadie. Hay temporadas en las que prefiero quedarme quietecita mirando por la ventana. Absorta y en otro mundo. Soy invisible. Cuando me quedo así, recuerdo los pocos años que cargaba en las pestañas y salía del baño enrollada en una toalla y abría la ventana del cuarto. Entonces los ojos se me quedaban pegados a las bifloras blancas y rojas que retoñaban en el jardín. El tiempo no existía y las vacaciones de diciembre eran tan pero tan lejanas, que un año era una expedición asombrosa y eterna entre cuadernos, marcadores y loncheras de plástico llenas de mekato. Ahora el tiempo pasa mucho más rápido. Aún no ha nacido la pequeña de la casa, y aunque todavía tengo algunas camisas rosadas con flores en el closet, prefiero el silencio y las boquillas de las latas de cerveza para amarrarme los tenis...
Fueron siete las preguntas faltantes. Que si te gusta el ron, que si bailás reguetón, que si preferís el frío o el calor, que de qué color son tus ojos negros al reír, que por qué te reís mona, que si te gusta la palabra risa, que si escribo y que por qué. – Hola, ¿Tenés novio? Siete los intentos. Me siento en el prado esperando que aparezcas. Que tu sonrisa aterrice como una avioncito de papel entre mis piernas. Primero pasas de largo. Llevas una camisa a cuadros y no tenes tiempo de esperarme. Estás cantando y gritando que «yo te llevo para que me lleves» y te me pierdes entre la gente mientras salto despavorida porque yo también quiero cantar. Es una lástima que no me sepa la canción. Luego aparece el cielo aprisionado. Las camisas negras. Los recuerdos viejos. Se atraviesan tus pasos en el asfalto que...
El Camino Estoy a punto de tatuarme los pies. Esta vez es una frase que atraviesa todo el talón. Tiene la palabra pena, como todo lo mío. Le dije a mi mamá que tenía que salir a a recoger unos papeles, pero cuando vio el fuego que me quemaba en los párpados supe que lo sabía. Todo hay que decirlo: a ella no le gustan mis tatuajes. A nadie realmente. Estoy por mentirle otra vez. Le voy a decir que me van a cortar el pelo, que voy para donde el odontólogo y que me regale 200 pesos para fumarme un cigarrillo en el parque mientras la espero para mercar. Hoy vuelvo a mercar. No lo hacía desde hace 1 año. Las palabras de Rulfo fueron reveladoras cuando las encontré hace ya 7 años, igual a como encontré a Simone y a Camila: colgadas del techo de la Biblioteca de mis...
La mariposa a la que Limón le mordió las alas sigue viva. Aún cuando la lengua le cuelga hasta el pavimento sigue caminando. No sé para dónde carajos va si ya no puede volar.
Para ella Querida V., Hoy me despierto un poco molesto con usted. Su intromisión ha traído complicaciones estéticas y de desempeño. No me ha dejado dormir y hoy sábado, día de descanso, me desperté con su presencia en mi mente. Ahora me encuentro somnoliento por la calle, tratando de hacer aburridas diligencias Solo quería manifestarle mi preocupación ante su imprudencia. Espero que me compense de alguna manera, al menos volviendo a entrar para arrullarme y poder volver dormir. Eduardo Para él Apreciado Señor, Con asombro recibo sus palabras en este sábado gris y pesado. Con el cielo hecho de plomo y los pulmones humo. Lleno de recuerdos y de auroras. Debo decirle que nunca fue mi intención importunarle el sueño. Ni la vida ni la existencia ni el camino. Y seria tal vez exceso de orgullo, y de flor, decirle que lo siento y que espero, no vuelva a suceder....
Esta pequeña, muy pequeña libreta, me la regaló La Fichina. Una niña de ojitos brillantes que se pierden en el norte y en el sur. Estas letras en particular me hicieron un alto en el camino: por el globo fraccionado, el cielo blanco, las manchas del tiempo y el tríptico inconstante. No son imposibles Vendaval, no son lejanos. El cielo no es más que un espacio de un azul infinito, una nebulosa llena de estrellas y cuerpos desconocidos. Una cortina por la que nos espían los dioses. Una sábana larga en donde duermen los deseos. Los sueños – posibles e imposibles- los guardamos en mitad del pecho, en la garganta y en la voz.
El ímpetu del que espera. El amor cuando no llega. Somos la rabia que se nos cuela por entre las comisuras de los labios y el dolor cuando es de noche. El viento, la luna. El Resplandor. Somos la sangre y la tierra que cargamos en las entrañas. Somos el cielo y el beso. La bendita mentira de la eternidad.
Ella es la mujer que, en su lejanía, me ha hecho perder la cabeza y encontrar el camino de regreso a casa. Vuelve pronto. Vuelve pronto que esta vida es demasiado sin ti.
Las justas y las necesarias. Una y otra vez. Como en un eterno e infinito circulo dantesco e infernal.
Hoy me puse a esculcar los cuadernos viejos que cargaba en la universidad. Esto fue lo que encontré: El amor en blanco y negro. Borroso y a punto de estallar.
Un homenaje silencioso a quien todo lo dio y nada espera.
Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros Jean Paul Sartre
La Lámpara Era una lámpara, y como toda lámpara -para que suene bien al leerla-, estaba fundida. Literalmente apagada, colgando sin vida desde un clavito vertical que la sostenía en la nada. Inmóvil ante el paso del tiempo, del viento y de las cabezas que de vez en cuando la ignoraban y la ponían a danzar en mitad del cielo. La compramos en un mercado lleno de pulgas, y todo porque mi hermana buscaba entre los recuerdos olvidados de un Japón que sabe a salsa y sal marina, la respuesta a todas las preguntas que le colgaban de las pestañas. Ella se trajo entonces al Japón violeta y de papel, y pensó haberse encontrado allá en donde muere el sol. La historia le demostraría años después que su hogar estaba justo ahí donde nace el sol cada que amanece: en sus pupilas. El aviador Él era un juguete extravíado, y...